lunes, 4 de octubre de 2010

- Informar y difamar

- Desde hace unos meses, voceros de toda clase y condición han bajado a las cloacas para cultivar el viejo oficio de la difamación. Un amplio y complejo entramado de prensa, radio y televisión, que emergió al calor del clientelismo en las licencias, ha decidido sustituir la información por una intolerable campaña de calumnias e insultos contra todo lo que se mueve en la izquierda social y política

En el último periodo, el blanco preferido de estos Goebbels de la patria han sido los sindicatos, sus dirigentes y el papel que desempeñan. No exagero si afirmo que esta red de propagandistas, tertulianos y columnistas viven hoy extramuros de la democracia y se aprovechan de ésta para violentar los más elementales códigos de convivencia. No deja de sorprender la impunidad con la que actúan. "Matones, mafiosos, criminales" y otras perlas dirigidos a los integrantes de piquetes sindicales y a sus dirigentes. Actúan amparados por el paisaje y alentados por las encuestas. Sienten en el horizonte a sus amigos en el Gobierno. Pero hay que decir basta. No vale todo en libertad; la libertad de la que disfrutan gracias, entre otros, a la lucha de muchos a los que difaman.

Es evidente que el movimiento sindical, fundamentalmente CCOO y UGT, ha de estar atento a los cambios económicos y culturales que se observan en las sociedades abiertas. Que su propuesta sindical ha de ser sensible a las nuevas demandas de los colectivos asalariados fuertemente precarizados y con muy bajos salarios, y sobre todo, de aquellos que, queriendo, no pueden trabajar. Pero esta razonable exigencia viene acompañada, con frecuencia, de un catálogo de acusaciones y calumnias que resultan intolerables. El tono empleado, el lenguaje y su temeraria complicidad con la involución democrática no permiten establecer espacios de diálogo para debatir ideas, argumentos, razones. Su prioridad es otra. Su objetivo, no siempre confesable. Y su deseo -acabar con el sindicalismo de clase y representativo- afortunadamente, una quimera. Las gentes que hacen sindicalismo lo impulsaron y lo practicaron cuando muchos de estos voceros llevaban camisa azul y cantaban el "Cara al Sol", allá en plena dictadura, y conocen por tanto lo que cuesta defender los intereses de los trabajadores en medio de la represión y la cárcel. No se van a esconder ahora ante estos mensajeros de la catástrofe.

Cabría preguntarse, dicho sea con la mayor seriedad, si de la misma forma que se persigue al entorno etarra por hacer apología del terrorismo, no debería investigarse desde las correspondientes instancias judiciales y policiales, su elogiosa crónica del franquismo, un régimen como es sabido, liberticida y culpable de represión, cárcel y asesinatos.

Luis M. González

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