martes, 6 de octubre de 2009

Olfato canino, nociones básicas para el trabajo con perros


La sabia naturaleza ha hecho propenso en los perros, un desarrollo anatómico de su nariz que favorece expresamente su capacidad olfativa. Los orificios de las dos cavidades nasales, su orientación y concreta morfología, hacen proclive que las moléculas olorosas, entren tras una inspiración, en un torrente espiral, que favorezca el contacto directo con el mayor número posible de los cilios que poseen las células olfativas, a lo largo de la superficie de la mucosa olfatoria. Los cornetes nasales separan el aire en dos corrientes. Gran parte atraviesa los mencionados cornetes, hacia la laringe, prosiguiendo hacia la tráquea para llegar hasta los bronquios. Otro volumen del aire inspirado, se desvía hacia arriba, con destino a la zona olfatoria, recubierta por la mucosa pituitaria que contiene las células olfatorias.
Poseen entre 230 y 300 millones de células olfativas, es decir 50 veces más que el hombre que escasamente varía entre 4 y 5 millones.
Asimismo, los perros tienen 100 millones de veces más capacidad de percibir los ácidos grasos contenidos en las secreciones cutáneas junto con otras sustancias del olor humano, lo que les permite reconocer y rastrear las huellas de personas, estén descalzos o no. En forma similar, pueden detectar ínfimas cantidades de olores orgánicos como sangre, orina y pelos, los que pueden percibir por separado, confundidos entre un conjunto de olores que pretendan ocultar a uno en particular.
Un perro es capaz de rastrear a un individuo luego de varias horas y de percibir su olor desde 600 metros de distancia.
A manera de comparación, los instrumentos electrónicos más sensibles pueden detectar la presencia de una sustancia química determinada en cantidades tan ínfimas como un billonésimo de gramo, pero un sabueso (Bloodhound) puede detectar a gran distancia lo que los instrumentos electrónicos sólo detectan en la misma fuente de olor.

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